“Las grandes caídas, las que causan serios destrozos en el alma, y en ocasiones con resultados casi irremediables, proceden siempre de la soberbia de creerse mayores, autosuficientes. En estos casos, predomina en la persona como una incapacidad de pedir asistencia al que la puede facilitar: no sólo a Dios; al amigo, al sacerdote. Y aquella pobre alma, aislada en su desgracia, se hunde en la desorientación, en el descamino.
…Fomentad el hambre, la aspiración de ser como niños. Convenceos de que es la mejor forma de vencer la soberbia. Persuadíos de que es el único remedio para que nuestra manera de obrar sea buena, sea grande, sea divina. En verdad os digo que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos (Evangelio San Mateo, XVIII,3).
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